viernes, 25 de abril de 2008

“LAS ULTIMAS PINCELADAS AL CRUCIFIJO"





“Si fue ejemplar la Madre Candelaria en su vida, no lo fue menos en su última enfermedad y muerte. Ella había escrito en una oportunidad:
“No nos queda más que llevar (las cosas) con paciencia hasta que Nuestro Señor le dé las últimas pinceladas al crucifijo, y entonces ya no temeremos morir, pues Dios mismo nos acompañará en lance tan tremendo”. Fue por medio de larga y dolorosa enfermedad el modo con que el Señor le dio “las últimas pinceladas a su crucifijo”. La artritis deformante fue poco a poco apoderándose de su cuerpo cada vez más debilitado, para quedar totalmente imposibilitada.
El 6 de mayo de 1938, Monseñor Sosa partía para un largo viaje: Budapest, Roma y Tierra Santa. No pudiendo salir a despedirle al puerto, le envía una esquelita, como acto de acatamiento, y para desearle un feliz viaje:
“Humildemente besó su santo anillo pastoral, deseando ser hija sumisa de nuestra Santa Madre la Iglesia, por la que hago con frecuencia oración”.
A su regreso, a finales de febrero de 1939, la Madre Candelaria ya estaba en cama, sin poderse mover. Ambos, brazos en cruz, rezaron juntos. Monseñor le trajo de Europa un gran cuadro de Cristo crucificado, a vista del cual se alentaría, Madre Candelaria, en sus últimas batallas.
Sus dolores debían ser intensísimos, como lo testificó el Dr. E. Silva Díaz, médico que la asistió durante su enfermedad:
“Esta Madre es una heroína, pues nunca se ha quejado de sus dolencias”
A pesar de que eran muchas, ella misma había dicho a una Hermana: “Si me fuera a quejar por los dolores que siento, no dejaría dormir a nadie en toda la cuadra”. Por lo contrario, ofrecía a cuantos se le acercaban una dulce sonrisa, y cuando los dolores más arreciaban se ponía a cantar, con una voz casi imperceptible, o invitaba a alguna Hermana que le cantara: “¡Ven acá mi jilguerito. Cántame!”. “Corazón que no se alegra, decía, nunca cría buena sangre”. Le agradaba particularmente el “Oh María, Madre mía, oh consuelo del mortal, amparadme y guiadme a la patria celestial”. “Yo ya quiero morirme” le decía a una Hermana; y repetía: “Jesús, ¿cuándo me iré yo para el cielo?”.
Ella, con su oración continua, sus sufrimientos físicos y sus buenos ejemplos, iba sosteniendo la Comunidad: Nada exigía; nada pedía. Se conformaba con, la asistencia que se le daba.
Todo lo agradecía. Sólo abría los labios para dar buenos y atinados consejos a las Hermanas jóvenes que se le acercaban. También les pedía que rezaran por ella: “No crea, le decía a una Hermana, que por que soy viejita y llevo tantos años de religiosa, no necesito que pidan por mí”.
La víspera de su muerte por la mañana envió a decir a la Superiora que deseaba le administraran los últimos sacramentos. Nadie creyó que estaba grave como para morirse, por lo que no fue atendida su petición. Pero en la noche ella hizo preparar algunas cosas que hacen pensar que presentía su muerte.
Cuando todavía podía valerse, acompañando al vapor a una Hermana que partía para Duaca, le decía: “Me despido hasta el cielo. Ya no me verá más. Si oye decir que antes de morir he dicho ‘Jesús’, es que me he salvado, porque esto es lo que le estoy pidiendo a Dios”.
También ella había predicho que moriría de una hemorragia, y así fue. En la madrugada del 31 de enero de 1940, le dio un vómito de sangre, y diciendo: “¡Jesús, Jesús, Jesús! ¡He triunfado!” entregó su alma al Creador”. La Beata Candelaria de San José murió en Cumaná; sus restos fueron trasladados a Caracas y hoy se encuentran en la casa de Noviciado de Hnas. Carmelitas, en la Campiña.


“Dios proveerá”

Beata Candelaria de San José

Antigua fachada del Colegio Nuestra Señora del Carmen en Cumana, donde pasò los últimos años de vida y muriò el 31 de enero de 1940, la Beata Candelaria de San José .




Velatorio de la Beata Candelaria de San Jose, donde un grupo de Hermanas rezan ante su cadaver

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